¿Cómo abordar la situación con mi pareja si uno quiere tener hijos pero el otro no?

  • La fortaleza de una pareja debe asentarse en muchos más pilares que los hijos y éstos no son un requisito imprescindible.
  • Generar falsas expectativas a la pareja sobre este tema puede provocar un conflicto mayor en el futuro.
El bebé debe contar con lo necesario a su llegada.
Un recién nacido.
Picsea, Unsplash
El bebé debe contar con lo necesario a su llegada.

La noción de lo que una pareja necesita para ser feliz ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Si hace medio siglo era difícil entender una relación de dos sin el objetivo último de crear una familia, hoy en día los expertos aseguran que una existencia sin vástagos puede ser tan plena como otra con hijos.

Las estadísticas hablan por sí solas en nuestro país. En 2019 se registró la menor tasa de fecundidad desde 2001: 1,23 hijos por mujer. Una tendencia que continua a la baja desde entonces debido a la crisis del Covid-19. En una década, la que va del 2009 al 2019, el descenso de los nacimientos ha sido del 27,3%. Por su parte, la edad media a la que las mujeres tienen su primer hijo sigue aumentando: 32,2 años. Mientras que el número de mujeres de 40 o más años que son madres por primera vez ha crecido un 63,1% en diez años.

Todo ello parece indicar que la maternidad y la paternidad no son prioridad o que, al menos, cuando entra en los planes de la pareja se pospone cada vez más. Pero, ¿qué ocurre cuando esa ilusión por tener descendencia no está al mismo nivel para ambos miembros o cuando uno de ellos, directamente, no lo necesita? Los terapeutas de pareja coinciden en que la fortaleza de una pareja puede y debe asentarse en muchos más pilares que los hijos y que éstos no son un requisito imprescindible para su permanencia en el tiempo. Sin embargo, si uno de ellos imposibilita el deseo del otro por ser padre o madre esto puede provocar una profunda fisura y terminar por quebrar la pareja más tarde o más temprano.

Ser padres no es algo que normalmente se plantee una pareja en su primera etapa juntos pero sí un tema que acabará por ponerse sobre la mesa. Ni conviene postergar esta conversación de forma indefinida - ya que es importante conocer qué opina el otro al respecto- ni esperar que nuestro compañero de vida se levante de la noche a la mañana pidiéndonos tener un hijo si en ocasiones anteriores ya nos ha manifestado que la paternidad no está entre sus prioridades.

Ni uno puede obligar al otro a tener hijos para sentirse feliz ni ceder ante la propuesta de tenerlos solo por complacer al otro; pero sí conviene analizar con mucho detenimiento si esta negativa tiene que ver, sobre todo, con un miedo a enfrentarse a algo desconocido - algo que podría superarse con apoyo de un terapeuta- o se trata una decisión meditada y firme de lo que uno desea para el futuro.

¿Qué hacer llegados a este punto? Los terapeutas recomiendan seguir una serie de pautas para llegar a la resolución del conflicto de la mejor manera posible:

- Autorreflexión o análisis profundo de uno mismo. Tener un hijo no es una decisión que se pueda y deba tomar por impulso. Requiere que uno valore primero si quiere dar ese paso, sopesar los pros y los contras así como el cambio que va a suponer en su vida.

- Comunicárselo al otro. Si existe un firme deseo de formar una familia y una vez tomada la decisión personal, lo más importante es comunicárselo al otro. Los psicólogos señalan que la comunicación es la base de toda pareja, por lo que si uno de los miembros quiere tener hijos debe exponer abiertamente lo que significa para él/ella cumplir este deseo. Solo expresando lo que se siente se podrá llegar a un entendimiento y posteriormente se podrá tomar una decisión, ya sea de forma conjunta o por separado.

- Sopesar sí es posible llegar a un acuerdo. Hay que hablar, argumentar, reflexionar sobre el miedo a lo desconocido, expresar con total sinceridad los propios sentimientos y escuchar al otro para llegar a un acuerdo. Tener descendencia no es un requisito imprescindible para que una pareja perdure en el tiempo pero coartar el deseo de una de las partes de tener hijos, cuando éste es muy intenso, probablemente la debilite y la haga llegar a su fin.

- ¿Amor al otro o crecimiento personal? Si tras esa conversación con la pareja, se llega a la conclusión de que cada uno quiere una cosa diferente habrá llegado el momento de plantearse si se está dispuesto (o no) a ceder y renunciar al deseo de tener un hijo. Cada cual tendrá que sopesar que puede más: el amor hacia el otro o su crecimiento personal.

- No ceder si no hay convencimiento pleno. Eso sí, los especialistas recomiendan que nunca se ceda si se no está completamente convencido ya que esto podría convertirse, a la larga, en un detonante para que el problema vuelva a manifestarse en forma de reproche y termine por minar la relación de forma definitiva. Si los planes de futuro y los intereses de cada uno no pueden ir de la mano es mejor tomar las riendas y dar por terminada la relación antes de dejarla agonizar. Pasar un mal trago en el presente puede, sin embargo, posibilitar que alcancemos nuestros verdaderos objetivos en el futuro.

- No generar falsas expectativas. Los terapeutas también insisten en que ambas partes deben evitar las respuestas confusas, imprecisas o los rodeos con frases del tipo ‘ahora mismo no puedo pensar en tener hijos’ o ‘me gustaría tenerlo aunque no sea ahora, puedo esperar’ ya que pueden generar falsas expectativas o cierta ambigüedad que no hará más que complicar las cosas según pase el tiempo. Una relación basada en ilusiones y no en hechos producirá una enorme infelicidad a los dos. Del otro lado, tampoco resulta una buena idea tener hijos solo para complacer al otro o por miedo a la ruptura ya que todos, incluido el niño, sufrirán antes o después por una decisión que no fue auténtica ni verdadera.

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